miércoles, 3 de junio de 2009
Encamino mis pasos hacia el palmeral, la senda que despide y da la bienvenida a todos los que trasiegan entre la vieja ciudad portuaria y el resto de lejanas comarcas. A los lados, los hogares silenciosos de sus habitantes, son el mudo testigo de mi partida. Las blancas fachadas de abedul, talladas con los intrincados misterios de los artesanos elfos, reflejan los últimos rayos del astro crepuscular, ya adormilado.
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